El salvavidas indicó que había
terminado el horario de piscina libre. Los lentes de agua de Olive estaban
llenos de lágrimas. Sentía un poco de culpa por estar llorando a los quince
años, ocho años después de la muerte de su abuelo.
Aquel velorio. Un montón de extraños
llorando por alguien al que no amaban tanto como Olive, y ella aprovechando
aquellos largos pasillos de la sala velatoria para desfilar un poco. A los
siete, el corazón entiende lo que pasa pero no sabe cómo comportarse, y siente
tristeza porque su corazón más amado está ya detenido adentro de un cajón, pero
no llora. Manifiesta su desgracia corriendo, desfilando, jugando a los agentes
secretos mientras las personas lo interrumpen para preguntarle cómo van sus
calificaciones, y se fascina de la exquisita comida que sirven, y percibe que
su dueño lleva unas flores que le pusieron en la mano, aunque no las comprende.
Y de repente, luego de años, el corazón entiende cómo debe reaccionar, y manda
lágrimas a los cachetes, y se percata de que nunca volverá a sentir lo que
sentía cuando el corazón que le enseñó quiénes eran los verdaderos perdedores
en la vida estaba cerca, y muere de tristeza, y tal vez reviva en algún
momento.
Dos sobres de oficio inflados la
esperaban en el buzón que correspondía a su apartamento. Uno destinado a
Dwayne, otro para Olive. Eran dos copias de Edwin
was right, el libro que el padre había escrito sobre la vida del abuelo. Podría haber escrito una dedicatoria en el revés
de la portada y llevarles el libro en persona al apartamento para invitarlos a
desayunar helado, pero no. El padre. Siempre manteniendo la distancia para no
perder la costumbre.
Richard y su hija Olive |
Un par de lágrimas mojaron los senos
dolorosamente enormes. No era la culpa de su padre, nunca le había dicho lo que
le generaban los sobres de oficio luego de ver a su abuelo reducido hasta caber
en uno, convertido en un polvo parecido al que causó su muerte. Tal vez él
estaría ahí si hubieran descubierto que ese colchón escondía cuatro kilos de heroína,
pero no habría una historia de vida tan hermosa para publicar en un libro, y su
padre jamás se hubiera sentido un ganador. El abuelo, oportuno hasta para
morir. Y ahora, una vez más, su abuelo en un sobre de oficio. Su historia, en
realidad, que era lo mismo que él.
Cuando abrió la puerta, su madre
terminaba de grabar un mensaje en la contestadora:
–Hola Dwayne, hola Olive. ¡Me
gustaría que vengan a comer el domingo para festejar la publicación del libro!
Solamente nosotros y el tío Frank. ¿Qué les parece? Puedo cocinar pollo.
Intenten leer el libro antes de llegar. Sobre todo tú, Olive. Tu padre va a
querer escuchar la opinión de la escritora de la familia.
Olive y Dwayne Hoover |
Se rió al pensar que el abuelo
hubiera puesto el grito en el cielo: otra vez pollo. Pero convencería a Dwayne
de ir, su madre los necesitaba. Había comprendido que Dwayne y Richard no
podían convivir, y que él necesitaba la compañía de su hermana, pero igualmente
sufría por no ver a sus hijos todos los días. El síndrome del nido vacío, solo
que este nido no solo se había vaciado, iba cayendo lenta e inevitablemente del
árbol y, hasta que el golpe en el suelo no llegara, mamá y papá pájaro hacían
lo imposible por no percibir el lento y violento descenso, por no darse cuenta
de que alguno de los dos iba a tener que volar a otro nido dentro de no tan
poco. Pero mientras el nido no llegara a golpear la tierra, simulaban que
seguía arriba del árbol, tan lleno de amor como el día en que papá pájaro puso
un anillo en el dedo de mamá pájaro. ¿Qué es la realidad si no lo que cada uno
quiere ver?
En el asiento delantero, Richard y Sherryl Hoover. |
El timbre interrumpió la lectura de
Olive: seguro sería el tío Frank que venía a buscar el ensayo sobre el problema
de que la mujer no sea sujeto en los concursos de belleza que Olive iba a
publicar en Diary of a feminist teenager,
su exitoso blog. Como nunca había escrito nada tan complejo, quiso asegurarse
de que estuviera bien, y nadie mejor que el segundo experto en Proust para
juzgarlo.
Cuando bajó, el tío Frank estaba tomado
de la mano de un hombre rubio y cuarentón. Abrió la puerta y saludó al hombre
con un beso en la mejilla. Al tío Frank, un abrazo.
–¡Olive!
–Hola, tío. Este es el ensayo. Sigo
sin entender por qué no quisiste que te lo enviara por mail, supongo que será
la vejez –bromeó entre risas.
El tío Frank sonrió y, manteniendo
la posición feliz de su boca, posó la mirada en los ojos de Olive, siempre
expresando tanta sabiduría y, por ende, tristeza. A pesar de estar escondidos
detrás de unos lentes enormes, comunicándolo todo todo el tiempo. Suspiró y
tomó la palabra:
–Es que quería presentarte a Nolan.
Quería que fueras la primera de la familia en conocerlo.
–Mucho gusto, Olive. Tu tío ya me
contó todo sobre ti, y leí tu cuento de la mujer de plástico, ¡tan genial!
Pocos escritores logran esa música con sus palabras.
–Ya estás alardeando de tu sabiduría
literaria –bromeó Frank, y le dedicó la mirada de más amor y admiración que
Olive había visto en su vida. Luego, se volvió hacia Olive– . Nolan tiene una
editorial. Tal vez algún día pueda ayudarte a publicar.
Olive se cohibió y no contestó, pero
sonrió de una forma que no lo hizo necesario.
–¿Dónde está Dwayne? –preguntó
Frank–, quise llamarlo para avisarle que venía pero no me contestó.
Dwayne y su tío Frank. |
–Es que no puede atender el celular
en la torre de control.
–Me da lástima que no haya podido
volar.
Y sí, a Olive también le daba
lástima. Pero, ¿qué se podía hacer? El escritor del destino decide a veces ser
injusto, y nadie tiene más fuerza que él. Al menos había logrado entrar en la
fuerza aérea. No podría conducir aviones, ¿pero quién necesita aviones para
volar?
El tío prometió devolver el ensayo
lleno de post-its y notas escritas en
lapicera roja. ¿Querían subir? No, no querían. Estaban apurados. Olive le
agradeció a Frank, y le dijo a Nolan que había sido un gusto conocerlo.
Cuando subió, volvió al sillón para
continuar leyendo el libro de su padre. Durante seis horas, en las que
solamente se levantó para ir al baño y servirse un poco de helado, el corazón
escuchó a Olive riendo a carcajadas, se estrujó por dentro y la hizo sentir esa
tristeza que se confunde con la preocupación, envío más lágrimas a sus ojos, algunas
más bien de melancolía, latió cada vez más rápido, rió de nuevo, sintió a aquel
corazón muerto cerca una vez más. Se había equivocado al pensar que su abuelo
era inmejorable: era tanto mejor atravesado por la pluma de su padre que, a
pesar de ser la amargura que envía un libro a su hija sin dedicatoria, sintió
un orgullo de dimensiones inexplicables por ser su hija.
Y cuando el corazón pensó que ya no
podía sentir más emociones por ese día, leyó el último párrafo:
Vi
que jamás iba a parar de bailar e hice lo que mi padre hubiera hecho si no
hubiera estado en el maletero de un auto. Subí al escenario y baile con ella. En
ese cuerpo de seis años, la misma fuerza que la Volkswagen amarilla: solo un
empujón para que no pare hasta llegar al lugar que quiere. ¿Por qué terminar
esta historia así? Porque ahí fue la última vez que vi a mi padre, en cada uno
de los pasos que Olive ejecutó arriba de ese escenario. Tan sin entender lo que
estaba haciendo, pero entendiéndolo todo al mismo tiempo. Tan tosca pero tan
disfrutable. Tan desubicada en ese lugar, pero tan hermosa. Y aunque este libro
pueda resultar horrible para todo el mundo, me conformo con que le
guste solamente a mi bailarina/escritora favorita de todo el universo. Nunca olvides que
te amo, mi pequeña Miss Sunshine.
*Este cuento fue redactado en base a algunas sugerencias que hicieron los lectores de Después del Final en una encuesta. Mira los resultados!
¿Cómo decir tanto con tan pocas palabras?
ResponderEliminarMás que merecidos los aplausos a este escritor que, a la vez que hizo de la vida de estos personajes algo tan personal, nos dio a los lectores el final que deseábamos.
Es siempre un placer encontrarme con algo así... me declaro fan de tus cuentos!
Divino post ❤ Es una ternura este blog!!!
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