¿Qué fue de la vida de nuestros personajes favoritos?

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La navidad número veinticinco de Kevin


Kevin se subió al auto para volver a su casa luego de festejar la Falsa Navidad, una festividad inventada como una excusa para que su mejor amiga Kate no estuviera tan sola en esas épocas. Las palabras de Kate le habían quedado resonando, y la voz de su cerebro no paraba de repetirlas una y otra vez:

–Porque quiero y porque puedo. ¿Pasar felices fiestas quiere decir “pasemos todos juntos alrededor de un árbol”? No. No es eso. Pasar felices fiestas significa que pasemos bien como cada uno pueda, y yo puedo así.

¿Tenía razón Kate? Seguramente sí. Era de esas personas que tienen razón más veces de las que uno piensa. Pero, de todas formas, jamás iba a comprender a las personas que pueden estar solas en navidad. Aunque dijera todo el tiempo que el catolicismo era el responsable de casi todas las miserias humanas, no podía dejar de festejar su fiesta más importante. A nadie le importaba ya el nacimiento de Jesús, ¿había importado alguna vez? Lo que importaba era otra cosa. Lo que importaba era aquel abrazo en el living de su casa cuando su madre volvió del viaje en el que lo habían olvidado, el insulto gracioso de Buzz, el tío Frank quejándose por haberse olvidado los lentes. Lo que importaba era el amor, nada más.

A la tarde siguiente, Kevin comenzó a preparar todo para la Nochebuena. No era la primera vez que recibía a la familia en su casa, pero quería que todo fuera tan caótico y perfecto como ellos.


           Pero, en realidad, nadie tocó el timbre en toda la noche. Y cualquiera podría pensar que Kevin pasó la peor navidad de su vida, pero no. Porque los diecisiete platos estaban servidos en la mesa gigante del jardín, y Kevin comía pollo arrollado mientras imaginaba las conversaciones navideñas más divertidas. Tal vez los fuegos artificiales ya habían comenzado en París, o tal vez vendrían más tarde, pero no importaba. No importaba porque los platos estaban servidos. Y la familia no estaba. Esta vez no lo había olvidado, o tal vez sí. Tal vez se podría decir que habían decidido olvidarlo para siempre. Pero los platos estaban servidos. Al fin y al cabo, lo único necesario para aguantar la soledad es saber contarse una buena historia.

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