Kevin
se subió al auto para volver a su casa luego de festejar la Falsa Navidad, una
festividad inventada como una excusa para que su mejor amiga Kate no estuviera
tan sola en esas épocas. Las palabras de Kate le habían quedado resonando, y la
voz de su cerebro no paraba de repetirlas una y otra vez:
–Porque
quiero y porque puedo. ¿Pasar felices fiestas quiere decir “pasemos todos
juntos alrededor de un árbol”? No. No es eso. Pasar felices fiestas significa
que pasemos bien como cada uno pueda, y yo puedo así.
¿Tenía
razón Kate? Seguramente sí. Era de esas personas que tienen razón más veces de
las que uno piensa. Pero, de todas formas, jamás iba a comprender a las
personas que pueden estar solas en navidad. Aunque dijera todo el tiempo que el
catolicismo era el responsable de casi todas las miserias humanas, no podía
dejar de festejar su fiesta más importante. A nadie le importaba ya el
nacimiento de Jesús, ¿había importado alguna vez? Lo que importaba era otra
cosa. Lo que importaba era aquel abrazo en el living de su casa cuando su madre
volvió del viaje en el que lo habían olvidado, el insulto gracioso de Buzz, el tío
Frank quejándose por haberse olvidado los lentes. Lo que importaba era el amor,
nada más.
A
la tarde siguiente, Kevin comenzó a preparar todo para la Nochebuena. No era la
primera vez que recibía a la familia en su casa, pero quería que todo fuera tan
caótico y perfecto como ellos.
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