¿Qué fue de la vida de nuestros personajes favoritos?

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El día que Juno se encontró con su hijo


Juno se arrepintió de su decisión ni bien estacionó el auto en la casa de Vanessa. Sintió que tal vez había que esperar a que Luke fuera más grande, o a que él pidiera conocerla. Se sintió más caprichosa e inmadura que cuando había estado embarazada a los dieciséis. Entonces, prendió el auto y bajó el freno de mano. Pero se percató de su indecisión demasiado tarde: Vanessa había salido, y esperaba a Juno con esa sonrisa que hermosa y un poco molesta que describía su personalidad de forma perfecta.

Así las cosas. Tuvo que bajarse del auto y hacer de cuenta que todo estaba bien. Se acercó para darle un beso a Vanessa y se encontró secuestrada por un abrazo hermoso y un poco molesto.

–Hola, Juno.


Vannesa Loring y la panza embarazada de Juno.
–¡Vanessa! No puedo creer cómo conservas la figura. Parece que no fueras una madre –bromeó Juno, con su particular sentido del humor que jamás haría reír a Vanessa.

La casa seguía igual, como si los muebles no hubieran sido desplazados ni siquiera por un segundo para pasar la aspiradora. Juno pensó que esa casa que permanecía intacta más allá de haber sufrido la huida de Mark y la llegada de Luke resumía todo lo que era Vanessa: alguien que se apropiaba de su lugar al punto de borrar los rastros del otro, que podría lograr que una casa donde viven millones de personas luciera como si fuera de una sola.

–Cuéntame, Juno. ¿Cómo está tu familia?

Juno y su padre.
–Mi padre sigue dedicándose al aire acondicionado, y cuidando a Liberty Bell. Bren murió atropellada… Mi padre no miró para atrás cuando sacaba la camioneta del garaje y…

–¡Juno! Lo lamento mucho.

Pero Juno estaba haciendo un chiste. Cuando lo aclaró, Vanessa se rió por primera vez de una de sus bromas. ¿Cuál era el humor de esta mujer? Indescifrable. Seguro era de esas personas que se ríen con Happy Tree Friends y no lo admiten, lo cual la volvía totalmente incompatible con Mark, y también demasiado inteligente para haber estado alguna vez con él.

El reloj de Vanessa pitó dos veces, y Juno supuso que eso marcaba que eran las seis. Cuando se percató de lo que eso significaba, le cayeron unas gotas de sudor de la frente, y otras bajaron de su axila a la cintura. La taquicardia no le permitió preguntarle a Vanessa qué era de su vida y, en vez de hacer eso, decidió tomar todo el vaso de agua de un sorbo. Un silencio incómodo se apropió de la habitación hasta que se sintieron los tres bocinazos de la camioneta que traía a Luke.

Las piernas flacas de Paulie entraron corriendo a la cocina, los mismos ojos, la misma mirada que esconde bajo la inocencia que se va a comer al mundo entero. El control del cuerpo de Vanessa, el uniforme impecable, la sonrisa hermosa y no tan molesta. Las uñas prolijas que la habían convencido de no interrumpir el embarazo. ¿Acaso no había nada de Juno en este niño?

–¿Quién es esta extraña, Mamá? –y recién ahí Juno respiró. Había heredado su mejor cualidad: la frontalidad.


Vanessa se agachó y se tomó unos segundos para elegir las mejores palabras. Tal vez eso era ser una buena madre: elegir las mejores palabras para alivianar las situaciones más espantosas.

–Luke, una vez me preguntaste si mi embarazo había sido difícil y te conté que…

–¡Ah, ella es Juno! –la interrumpió.

Juno sonrió y se acercó para darle un abrazo. ¿Había estado bien su día en la escuela? Sí, había aprendido a hacer operaciones combinadas. ¿Le gustaba la matemática? No, las odiaba, ¿y a ella? Tampoco. La odiaba, pero le gustaba la música, que a veces era como matemática disfrazada.

Tomaron el té conversando sobre temas banales. Al rato, Juno sacó de su bolso el regalo que le había llevado: una caja llena de Tic-tacs de naranja. Vanessa le recordó que tenía que decir gracias, y él lo hizo burlándose de su madre. La imitó tan bien que Juno le chocó los cinco y se despidió dándole un beso en la mejilla. Nunca entendería a las personas que intentan alargar los momentos de felicidad, a los que no comprenden que los momentos de felicidad deben ser tan efímeros como ella, y que hay que cortarlos a tiempo para inmortalizar el mejor sentimiento humano. Esta vez fue ella la que abrazó a Vanessa.

–Gracias.

–Juno, soy yo la que tiene que agradecerte. Siempre. Gracias por haber cometido un gran error –susurró.

Subió al auto para irse y se le cayeron las lágrimas de los ojos. Se sintió un poco culpable por el egoísmo de presentarse en la vida de Luke sin avisar, pero tranquila de saber que todo estaba bien. En la puerta, Vanessa y Luke la saludaban tomados de la mano. Entre ellos, el amor que ahora sí estaba dispuesta a dar, el desafío que ahora sí podía enfrentar. Saber que todo estaba bien. Eso era lo único que necesitaba para hacer lo que estaba a punto de hacer. Agarró el celular y discó. Del otro lado del tubo, la mermelada de su tostada, el polen de su flor, el pus de su infección.

–Hola, Paulie. Llamaba para decirte que estoy embarazada.

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