Como siempre digo, este blog parte de la profunda convicción de que los personajes no mueren cuando la cámara se apaga. De que siguen su vida pero sin ser observados, y la escritura intenta entrar a esa dimensión en la que siguen viviendo para ver qué sucede allí.
Pero esos personajes suelen ser impredecibles, y nunca vamos a saber con certeza que les ocurrió. Por lo tanto, Después del Final jamás plantea presentes de personajes, plantea opciones de esos presentes.
Siguiendo con esta consigna, hoy se planteará más de una opción. Hemos decidido, junto con Mariana Valdez, que lleva adelante el blog sobre Amélie Las Vidas de Cristal, cruzar nuestros blogs para aportar cada uno su versión del presente de Amélie Poulain y algunos de los personajes de aquella película tan hermosa.
Los dos, desde la más profunda adoración que tenemos al filme, decidimos escribir sobre la vida de Amélie en el 2015, dieciocho años después del final. Cada uno escribió su versión sin leer la versión del otro, y llegamos a dos textos extremadamente diferentes. El lector puede elegir con qué opción quedarse.
A continuación, en este blog, podrán leer la versión de Mariana. Al final del cuento, dejaré el enlace para que puedan leer la mía en su blog.
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–Ya no hay solución.
No hay nada que se pueda hacer.
–¿Está seguro? ¿Nada
de nada? –preguntó Nino tomándose la cabeza con los dedos negros que habían
intentado repararla por enésima vez.
–Lo lamento mucho
–contestó el mecánico posando su mano gigantesca sobre el hombro de Nino. Se
dio media vuelta y se fue dejando al hombre estático, como posando para llorar
frente a la tumba recién cubierta.
Con la cabeza gacha
deambulaba por las callejuelas de París ya sin preocuparse por llegar a tiempo
al almuerzo de todos los sábados en casa del señor Dufayel junto a Amélie y
Marco. Ni sabía por dónde caminaba; su única certeza era que no estaría perdido
de haber ido en su moto. ¡Cuánto la añoraba! Tantos años, tantos paisajes,
tantos viajes con Amélie… Dichosas imágenes de su amor abrazando su cuerpo
mientras sus cabellos flotaban como suspendidos en el tiempo, en el momento en
que más se parecían a su sonrisa.
Pensaba
que Marco le querría comprar una nueva moto, pero él se negaría terminantemente
pues esa era su moto, su compañera de vida, tan vieja como él. Solo con ella
los paseos junto a su hijo tenían sentido: él en su moto pasada de moda y Marco
en la flamante moto nueva que lo había ayudado a comprar cuando recién había
comenzado a trabajar. Se veía tan feliz manejando a su lado, orgulloso de su
padre que miraba fascinado las calles de París sobre esa moto que parecía ser
una extensión de su cuerpo.
Como si no necesitara
decírselo a sus pies, estos empezaron a caminar hacia la estación de trenes.
Nada lo tranquilizaba tanto como visitar el fotomatón, ahora tan obsoleto, pero
aún en funcionamiento. Es claro que hablaba de aquel fotomatón en el cual vio a
Amélie por primera vez, aquel fotomatón que le cambió la vida. Sumido en esos
pensamientos se agachó, repitiendo el movimiento que tantas veces durante
tantos años había realizado, y sacó las fotos rotas que allí se habían
acumulado.
De
repente, escuchó el conocido clic que indicaba que la persona dentro del
fotomatón había sido fotografiada. Se levantó casi de un salto para llegar a convertirse
en esa sonrisa que se le instaló en el rostro tras comprobar que en las fotos
aparecían las facciones de la aún bella pero menos joven Amélie.
Abrir la cortina fue
para Amélie como el momento en que hacía 18 años había abierto la puerta para
encontrarse de frente con Nino y nunca más dejarlo ir. Fue magia el hecho de
que esas miradas no tuvieran necesidad de palabras; fue tierna la forma en que
se besaron por primera vez, y elocuentes las caricias que se daban sin temor.
De esa misma forma el encuentro casual se convertía en otra eternidad en la
cual su nubecita de felicidad se cerraba sobre sus cabezas y sus miradas de
amor se fundían en un beso tan suyo que era palpable.
–Nino, ¿dónde dejaste
la moto? –preguntó Amélie un poco exaltada cuando, al salir, vio que no se
dirigían hacia donde usualmente aparcaban la moto.
–Se acabó. Ya no
tiene reparación; ha quedado en el mecánico –contestó bajando su mirada para
esconder las lágrimas que allí se habían acumulado.
–¡Oh! Lo siento mucho
Nino, sé lo mucho que significaba para ti y también para nosotros. Fueron
nuestros primeros paseos, cómo realmente nos conocimos –le dijo Amélie pasando
su brazo por la cintura de Nino.
–Lo sé –contestó
pasando su brazo por los hombros delicados.
Abrazados caminaron
hacia la casa del señor Dufayel donde hacía horas Marco pintaba un lienzo bajo
la atenta mirada del ya arrugadísimo hombre de cristal.
Mariana Valdéz
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En el siguiente enlace, pueden ver mi versión del presente de Amélie Poulain: La muerte del hombre de cristal: 18 años después del final de Amélie.
Hola, encuentro de casualidad tu post buscando una foto de Amelie y Nino en la moto. Soy Roberto y vivo en Buenos Aires. Quería compartir una nota, más bien con Mariana, cuyo Blog esta dedicado a la película, pero su Blog no tiene habilitados los comentarios ni un email de contacto. Si aun tenes relacion, podrias pasarle el link? Incluso tambien para vos; si lees la nota y me das tu opinion: ¿Qué harías en el caso? Muchas gracias, un abrazo
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