Recordá el final de El jóven manos de tijera
Edward
no entendía por qué no podía alcanzar a Kim. ¿Por qué escapaba de él? En
realidad, no escapaba. Simplemente no se acercaba. Y no importaba todo lo que
Edward quisiera correr, los dos sabían que jamás iba a llegar a ella. No es
posible correr sin avanzar, pero sí es posible que el universo acompañe nuestro
desplazamiento y no nos deje llegar a ningún lado. De repente, una enorme escultura
de hielo que salía de la nada le golpeaba la cabeza. Y abría los ojos, y Kim ya
no estaba, y la escultura de hielo era un pedazo de su techo.
–Pensamos que estaba abandonada –dijo un hombre que se asomó por el agujero que había dejado la bola gigante de
la maquina demoledora.
Edward no contestó nada. Pensó que
tal vez no debería haber dejado de tallar los arbustos; era lo único que daba
la sensación de que la casa estaba habitada. Antes no podía hacerlo porque lo
hubieran encontrado, pero seguro los policías que lo buscaban ya estaban
muertos, y la búsqueda estaría pendiente. Alguien que muere siempre deja algo
por terminar. Si lo sabría Edward, que la muerte repentina de El Inventor lo
dejó sin sus manos.
Casa de Edward. |
Levantó
los ladrillos de su cuerpo y salió caminando. Siempre hay que hacerle caso al
universo cuando nos sugiere irnos de un lugar. Lo había aprendido luego de que
una insignificante vendedora de productos Avón llamada Peg Boggs le regaló los
mejores momentos de su vida al sacarlo de su casa. Aquella que, con su reacción
demasiado pacífica, había hecho pensar a Edward que tener manos de tijera era
algo normal.
Peg Boggs |
Cruzó el portón por última vez y
comenzó a caminar. En la calle, nadie. Amanecía y el cielo no se decidía entre
el día o la noche. La niebla molestaba, empañaba vidrios de autos, escondía lo
que estaba demasiado lejos. Pero también se colaba por las narinas y
refrescaba, le daba a la ciudad una mística que no tenía durante el día, empañaba
las tijeras y las limpiaba.
En el sueño, había un objetivo hacia
el que no podía avanzar. Ahora, no podía parar de avanzar hacia ningún
objetivo. O al menos eso pensaba, porque en menos de media hora estaba en el
living de la casa de los Boggs. Las llaves nunca habían sido un impedimento.
En la mesa, una taza de café negro
de la noche anterior, muchos cuadernos de niños dispuestos en dos pilas, un
sello con forma de cara sonriente. Un enorme perchero con un abrigo al lado de
la puerta. Un mueble con fotos: una en blanco y negro de Kim, otras en color
con personas desconocidas.
Edward Scissorhands y Kim Boggs |
Ya no había una pila de cajas de
Avón al lado de la puerta, ni una televisión dispuesta para ser vista desde el
jardín, ni casa del árbol, ni botellas de limonada en cada uno de los muebles.
Ya no vivían ahí, era claro, pero, ¿de dónde había salido la foto de Kim?
Sonó el despertador en un cuarto. Una
chica desconocida se levantó, cruzó el pasillo y se metió en el baño. Edward no
pudo descifrar quién era. Comenzó a revisar rápidamente los cajones de los
muebles para encontrar pistas, ya se escondería cuando escuchara el sonido de
la cisterna. Pero el sonido nunca se escuchó, y cuando se acercó el perchero
para revisar los bolsillos del abrigo, una voz dijo:
–Edward Scissorhands, sabía que ibas
a aparecer en alguno de mis sueños.
–No es un sueño cuando se puede
avanzar.
El silencio se adueño de la
habitación. A Julie se le erizó la piel de atrás del cuello. Las plantas se
marchitaron de los nervios. Los felpudos siempre están erizados, pero esta vez
se erizaron mucho más. La joven se acercó y le agarró la mano. Ahí estaban:
eran las manos de tijera que fabricaban la nieve, las que habían hecho ese
ridículo corte de pelo que tenía su bisabuela en una foto, las que tallaban
arbustos con una precisión jamás superable. En frente de sus ojos, Edward
Scissorhands, aquel hombre que pensaba que su abuela Kim había inventado.
Nadie dijo nada, y en un instante
Julie lo estaba abrazando. No sintió que estuviera abrazando a un desconocido,
lo abrazó como quien abraza a un amigo que no ve hace mucho tiempo. Es que las
personas son historias, y cuando alguien –como lo había hecho su abuela– se
detiene a narrar la historia de vida de otro con tanta dedicación, ese otro
pasa a ser alguien que conocemos.
Kim Boggs, de anciana, contando la historia de Edward a su nieta Julie. |
–Soy Julie, la nieta de Kim.
–¿Y Kim?
–Murió hace quince años.
Una baldosa del suelo fue mojada por
una lágrima. Edward se llevó las manos a la cabeza y se cortó la frente sin
querer. Julie se asustó. Él le explicó que era normal que pasara eso.
El diario entró por abajo de la
puerta. En la portada, una foto de la casa de Edward. El titular: “Se demolerá
casa abandonada para instalar un lujoso complejo hotelero”.
Casa de Edward Scissorhands. |
–Ahora entiendo por qué te fuiste –dijo ella– Voy a preparar el desayuno.
En los siguientes días, los arbustos
del barrio adquirieron formas impensables, la televisión habló de “El joven
manos de tijera”, en las redes sociales no se comentaba otra cosa, la revista Cosmopolitan elogió la tendencia Edward en cortes de pelo, el Museo de
Arte Moderno pagó millones por exhibir unas esculturas de hielo, las madres
rezongaron a sus hijos por jugar a ponerse tijeras entre los dedos.
Meme sobre Edward, compartido por varios usuarios de Facebook. |
Una vez Edward se preguntó si debía
haber vuelto antes a buscar a Kim. Pero pensó que Julie no existiría si él
hubiera llegado a tiempo. Solo verla caminar por la casa, imaginar a Kim
contándole su historia, los cuadernos corregidos siempre con una dedicación
apasionante, todo eso lo hacía alegrarse por haber guardado silencio, porque
todo indicaba que Kim había sido feliz.
Si hubiera vuelto, nada de eso
hubiera pasado. Solo él y Kim, un amor imposible entre un ser humano y un invento, que sus propias manos de
tijera se iban a encargar de cortar. Lo único que queda es el recuerdo perfecto de aquél beso. Y cuando algo llega a ser tan perfecto e imposible al
mismo tiempo, nada mejor que inmortalizarlo con el silencio.
Pobre Edward :(
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